13.11.07
Si yo hiciera caso a la superstición no estaría camino a Madrid.
Apenas ayer me enteré que debía contar con un permiso migratorio para internarme más allá del límite fronterizo de Estados Unidos, ya que voy a salir de Brownsville hacia Houston, de ahí a Newark y después a Madrid. Entonces me preparé para llegar a las siete de la mañana a la oficina donde tenía que pedirlo, estimando hasta dos horas para hacer eso y estar a tiempo en el aeropuerto, pues el vuelo salía a las 10.25 A.M.
El primer agente que me atendió sí se puso intransigente, dijo que ya iba a terminar su turno y que había mucha gente delante de mí, así que me dijo que mejor me fuera a la otra oficina (que está en el Puente Viejo) pero al cruzar por donde se revisa la visa láser, su compañero me dijo que no era necesario, así que me envió de regreso a esperar el siguiente turno y fui la primera en ser atenida. Me entregaron el permiso de inmediato.
Como advertí, ayer no tuve ni un minuto para dejar aquí una nota y tuve que robarle algunos a otras cosas para irme bien, pero como lo había pronosticado, se resolvió lo más apremiante, que era conseguirle baterías a mi cámara, el convertidor de voltaje y el adaptador.
Por falta de tiempo y organización no pude poner demasiadas cosas en la maleta, se me olvidó poner sandalias, solo llevo un par de tenis, nada de ropa formal, un par de jeans y eso sí, varias chamarras. El jabón, shampoo, pasta dental y todo lo que sea líquido, no sabía yo, pero debía empacarse en bolsas de zíper, yo preferí traerlos en la maleta grande (que no está muy grande), para no me la hicieran de tos ya que eso se va documentado hasta mi “destino final”, esa frase que he escuchado repetir en este día varias veces y que suena como algo trágico, fatal y no obstante, está muy lejos de ser así.
Un error grave que cometí fue haber empacado también el cargador de la laptop en la maleta y no traerlo conmigo a la mano, así que tengo poca batería para ir oyendo música o escribiendo a bordo del avión. En el aeropuerto de Houston tuve tres horas libres, pero tampoco podía aprovecharlas para adelantar mi trabajo, así que di un paseo y literalmente me perdí en su inmensidad, hasta tuve que pasar por revisión dos veces.
De las vicisitudes que he atravesado hasta el momento, solo está un terrible dolor de oídos que me da cada ascenso y descenso, pero ya en las alturas no tengo problema.
El primer avión que iba de Brownsville a Houston estaba diminuto y por haber comprado el boleto a última hora me tocó el peor de los lugares. El último asiento de atrás, justo al lado del baño cuya puerta no cerraba bien, se iba azotando y cada golpe sonaba como un cohete tronador muy cerca de mí. Por fortuna, ese trayecto solo era de una hora y 20 minutos.
Ahí por casualidad me hallé al empresario Rolando González Barrón, quien también iba a Houston a una conexión para Filipinas o alguno de esos países asiáticos donde tiene sus industrias. Lo saludé muy brevemente antes de ir a mi lugar, ya que él sí iba en un asiento bien ubicado en la segunda fila.
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