Fantástico, esto lo es. Todo lo que en algún momento sufrí para llegar aquí valió la pena.
Llegué a España a las… bueno una hora en que Matamoros tenía las dos de la mañana.
El último enlace entre Newark y Madrid fue, desde luego, el más largo y pesado pero en una situación mucho más cómoda. El avión era enorme. Yo de nuevo “sufrí” por pagar boleto de última hora en clase turista y es que no tuve ventanilla, lo que sirve para reclinarse y abandonarse al placer de Morfeo, entonces me tocó la fila de en medio, con el supuesto de que ahí tres pasajeros irían igual de amolados que yo, pero como no hay nadie tan desgraciado para empatarme, resultó que yo iba sola en esa fila y me quedé con los otros dos lugares disponibles y todos los que me conoce saben que eso era más que suficiente para extender los pies y caber de cuerpo entero en ese espacio. Después de todo ningún otro pasajero tuvo ese privilegio.
Hubo una demora de 60 minutos para que saliera ese vuelo, en el que antes de abordar conocí a Arturo de León, quien venía desde Guatemala a visitar a sus hijas en Islas Canarias. El me dijo que la ventaja era que este avión ya iba a tener un centro de entretenimiento personalizado y sí, era cierto, una pantalla con control remoto para elegir lo que yo quisiera ver, aunque yo preferí pasar las seis o siete horas de trayecto en que no había nada más que el Océano Atlántico alrededor, en un ejercicio de autointrospección. No lo conseguí porque sí, acabé durmiendo o por lo menos dormitando a ratos y cada vez que despertaba me servían un bocadillo. Por cierto, conocí a u sobrecargo muy simpático que me hizo feliz el trayecto. Es que cuando pasaron con una de las comidas sus compañeras no me sirvieron pan, creo que se confundieron con algo que dije en inglés, que seguramente estuvo mal pronunciado. Total, regresó y me pregunta en español si necesitaba algo, ya que su compañera le pidió atenderme, entonces le dije que no, que todo estaba bien pero recordé lo del pan y le dije “ah, solo que no me dejaron pan” y me contesta en broma con su tropical acento puertorriqueño “eh que pa’tí no hay”. Claro, lancé una carcajada que nadie pasó desapercibida y en un rato más regresó con el bizcochito.
Antes de tomar ese vuelo conocí también a Rosario “Charito” Sanmartín, una ecuatoriana que ahora radica en Newark, New Yersey pero antes vivió en España, donde fue dama de compañía de María Dolores Pradera, una de mis cantantes favoritas. Ella volvía de sus vacaciones y aproveché para hacerle una entrevista que ya se estará viendo publicada próximamente.
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