Estoy en Madrid y honestamente es algo grandioso, no solo por la belleza que me rodea y me llena de inspiración para escribir, sino porque me ha dado la oportunidad de confirmar que mi trabajo, el periodismo es universal, como deberíamos ser todos los seres humanos.
Este ejercicio que se ha denominado “Europrueba” se trata de eso: romper la barrera de la distancia.
He venido a este país a trabajar porque toda la gente tiene historias ricas que contar, mucho más trascendentales de las que se escriben a diario con declaraciones oficiales, de cosas que en ocasiones son tan reiterativas que dejan de ser interesantes.
Después de un trayecto largo, cansado y hasta un poco adverso, llegué a esta tierra donde hay gente de todas las nacionalidades, lo que le obliga a uno a volverse perceptivo y aprender a entender, a hacerse entender y a entenderse para poder subsistir.
Debo aclarar que los gastos de este viaje están siendo patrocinados por muy nobles empresas, instituciones y amigos, por lo cual trato de economizar al máximo, entonces, en lugar de llegar a un hotel en un taxi, salí a buscar el metro para instalarme en un hostal, que es un servicio mucho más barato. Me dijeron que en Sol, que es como el centro de la ciudad, hay decenas de estos y aquí estoy, no pude hacer mejor elección, en uno muy cerca de lugares bastante representativos, verbigracia la Plaza Mayor y obviamente, la Puerta del Sol.
Sí se me dificultó entender el funcionamiento de las líneas del metro, porque nunca lo había usado. Noté que debía caminar demasiado para lo que yo acostumbro, subir y bajar largas escaleras, y tener que cargar con mi computadora portátil, mi bolso de mano y la maleta, me dolía la espalda y me sentí desesperada. Estaba agotada por todas las horas de vuelo, además el cambio de horario a nadie le sienta bien, para mí en ese momento eran las dos de la mañana. Sabía que no podía rendirme y buscar un taxi porque entonces echaría a perder mi programa de austeridad, así que lo confieso, me arrepentí de aspirar a cometer esta locura, me reclamé la hora en que se me ocurrió y quise echar atrás, volver al aeropuerto a pedir un vuelo a México. Creo que la misma impaciencia me ayudo a desarrollar la habilidad para orientarme, fui pidiendo información que, además la hay por todas partes, así que comprendí todo más fácilmente y al salir del tren subterráneo, vi el sol en las calles iluminando los edificios que son preciosos y me sentí muy bien. Entendí por qué esta zona se llama así y a pesar del cansancio tenía ganas de seguir caminando y viéndolos.
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